Háblame de la emigración

Andrés tenía trabajo fijo en la siderurgia en Gijón, estaba casado y tenía una hija de cinco años. Pero, además de las circunstancias políticas, en él había una inquietud por conocer mundo y viajar, y ya sus tíos habían vivido la experiencia de la emigración a Cuba.
En un primer momento pensó en Argentina como una posibilidad, pero en la oficina de emigración le ofrecieron Australia, que junto con Canadá eran los mejores destinos en aquel entonces. Fue así como su mujer, su hija y él cogieron un barco en Vigo. El viaje duró veintiséis días, y Australia se hacía cargo de todos los costos.
Al poco tiempo de llegar, el gobierno les proporcionó una casita. Inicialmente comenzó limpiando vagones de tren, y al cabo de un año tuvo la oportunidad de trabajar como soldador en una fábrica de tractores, donde acabó como encargado. En su vida allí pudo relacionarse con trabajadores de muchísimas nacionalidades: polacos, italianos, chinos...
La diferencia entre Australia y Galicia era enorme. Aquí se lavaba la ropa a mano, en ríos o lavaderos públicos, y se secaba al aire, mientras que allí había lavadoras y secadoras, donde echabas la ropa y al cabo de unas pocas horas la podías volver a poner sin haber hecho ningún esfuerzo.
En aquel país Andrés tenía un buen salario en dólares americanos y una vida intensa y de calidad, no echaba nada en falta. Mantenía contacto por carta con sus familiares y todos los años viajaban a Galicia de vacaciones. Aunque le gustaba vivir en Australia, Andrés decidió regresar al morir su hija y posteriormente su mujer.

Al año de llegar a Australia